miércoles, 8 de febrero de 2012

El otoño...

El otoño tiene nombre de dolorosa. Se llama Valle. Cuando la primavera más explosiona en naranjos y cuando la luz de los días se alarga de forma amable para envolvernos y no querer traer nunca la noche, Ella está ahí. Y se llama Valle. La Virgen del Valle es un otoño permanente que nunca tiene la flor caduca. Su cara, sus ojos, sus flores en el paso y la serenidad de su saber
estar siempre me recuerdan al otoño. Hasta su música es otoño.
Son muchos los que descubren a la Virgen el Jueves Santo pero la expresión dolorosa de su rostro es mucho más contundente en su altar de cada día. Allí aparece esbelta y custodiada por el sufrimiento sedente y el sufrimiento cargado. Y a pesar de tanto dolor de dolorosa coronada
se mantiene firme, como ese último cabo al que agarrarse en un naufragio.
Virgen del Valle, de este valle lleno de lágrimas.
A la Virgen nos la acerca cada día en su altar esa mano tendida de Jesús con la cruz al hombro. Ese gesto bondadoso es el que nos agarra y nos atrapa en el otoño de su mirada para hablarle en el silencio de la Anunciación. La Virgen y nosotros en silencio. Ahí se expande en cada encuentro personal todo su valle hacia nosotros.
Yo llegue a la hermandad del Valle buscando una mano a la que aferrarme y ahí encontré al Señor con la Cruz al hombro. Una cruz que parece llevar sin esfuerzo, asumiendo su destino. Esa mano me agarro a la hermandad de túnica morada y me acercó hasta la Virgen del Valle. Nunca he podido vestir el hábito de nazareno pero no he dejado de acompañarla cada Jueves Santo situándome cerca de la sonoridad de su paso de palio.
La hermandad del Valle es de esas cofradías que llena de juventud es capaz de trasmitir la madurez sin alharacas. No necesita presumir de nada y lo tiene todo en su estación de penitencia. El paso del cortejo tiene la velocidad del oleo que dijera Carlos Herrera. Su transitar nos hace reflexionar sobre la grandeza de la Pasión de Cristo. Un hecho histórico revivido cada año en
Sevilla por los siglos de los siglos.
El otoño del Valle es además muy singular porque a diferencia de las estaciones tradicionales, no vendrá seguido del invierno, sino que el otoño del Valle es la antesala de una primavera
sevillana que en la anochecida llamamos Madrugá. Cofradía serena de contrapunto
en un Jueves Santo que tiene siempre la plenitud del otoño. Un otoño melancólico. Melancolía de centenaria historia a sus espaldas. Cuando este año vea a la Virgen de ojos verdes y mirada de lagrimas limpias en su paso de palio volveré a creer en el milagro de la vida, porque su dolor será la antesala de una primavera que algunas horas después de volver a su casa nos traerá a la
puerta de la Anunciación una Sentencia y como siempre una Esperanza. Un nuevo año el otoño de su mirada se hará primavera de Esperanza y así contaremos los días para volverla a ver en la calle mientras que cada tarde la seguiremos buscando de la mano de quien alargándola nos invita siempre a acercarnos a Ella en el altar.
Antonio Silva

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